BIENVENIDO AL MUNDO DE LOS SUEёOS, DE LAS HISTORIAS QUE NACEN DE LA VIDA COTIDIANA, LA SOLEDAD Y LA FANTASÍA

29 diciembre, 2005

ES "NORMAL"


Hace unos años trabajé en un colegio ubicado en un barrio acomodado de la ciudad, donde acontecía algo muy particular: La zona anterior del colegio, donde se ubicaban las salas de clases, estaba separada de la parte posterior, zona de canchas y gimnasio, por una reja plegable, situada en medio del pasillo de acceso. A la derecha de la reja había un baño de alumnos (varones). Ese baño, tenía dos puertas, una a cada lado de la reja. Dicho de otro modo, el baño tenía un acceso desde las canchas y otro desde el sector de las salas.
Los días sábados llegaba mucha gente, ajena al colegio, al sector de gimnasio, por las competencias inter escolares. Al sector de las salas, llegaba también mucha gente, a participar del movimiento Scout. Lo curioso es que por algún motivo que aún no logro entender, ese día de la semana, cerraban la reja con candado, no permitiendo la circulación. Muchos visitantes estacionaban su automóvil en el lugar opuesto al que iban, y al ver el paso obstruido por la reja, ingresaban al baño por un lado y salían por el otro, sin importarles el mal olor, habitual en ese baño.
Así, el baño se fue constituyendo en la ruta oficial del día sábado.
Al parecer a la gente no le importa sufrir algunas incomodidades, siempre que esto, les facilite la situación.
La verdad, pasar por el baño, se fue haciendo "normal".
Muchas veces sucede que confundimos "normal" con habitual.
Así, despertar cada mañana con el sonido de un despertador nos parece "normal", todo porque es algo habitual. Lo normal sería despertar cuando se nos haya pasado el sueño.
Del mismo modo, en nuestra sociedad es "normal" que los matrimonios se separen, aunque sólo es habitual, ya que todos nos casamos para toda la vida.
Es "normal" encontrar un chicle pegado bajo la mesa; en realidad es habitual, lo normal sería encontrarlo en la basura.
Cada uno de nosotros está repleto de "normalidades", cada día nos vemos enfrentados a situaciones como la del baño en aquel colegio, que sólo la mirada de un recién llegado advierte.
Muchas de nuestras "normalidades" las vivimos desde niños y sólo la llegada de un "otro" a nuestras vidas, las detecta. Generalmente, nuestra reacción es de rechazo hacia el recién llegado que nos critica, en lugar de revisar nuestras "normalidades".
Pienso que mientras no atendamos a esto y sigamos cerrando "la reja" de nuestras vidas, seguiremos pasando por dentro del baño, para llegar a nuestro destino.

28 diciembre, 2005

LA TECNOLOGÍA Y LAS RELACIONES

Coincidir en apretar el tubo de pasta de dientes por la mitad, desordenadamente o desde abajo, según vaya vaciándose, parecía ser un indicador de buenas relaciones al interior de una pareja, esto hace unos años, cuando dichos tubos eran de un material metálico que acusaban los daños del maltrato. En una personalidad obsesiva por el orden, podía detonar el inicio de un quiebre. Hoy, la existencia de tubos de plástico blando, permite que no queden huellas de la forma de uso.
Del mismo modo la existencia del control remoto del televisor, terminó con la discusión sobre quién se levanta a apagarlo.
Por otro lado, los teléfonos móviles, han permitido ubicar a la pareja a cualquier hora del día, pudiendo enviar una fotografía instantánea para comprobar el lugar donde ellos se encuentran.
Es un buen aporte el de la tecnología a las relaciones de pareja. Lo que me da una idea: Si existiera algún tipo de desmaterializador (tipo zona fantasma en las historietas de Supermán), cuando una mujer se enoje con su esposo, no tendría que irse a casa de su madre, bastaría con auto desmaterializarse, o desmaterializarlo en lugar de mandarlo a dormir al sofá, hasta sentir deseos de restablecer la comunicación.
De todas formas, para las personalidades obsesivas, a falta de un tubo de pasta dental metálico, existen mil formas aún para exteriorizar dicha personalidad; lo mismo sucede con las relaciones de pareja conflictivas.
A pesar de los teléfonos móviles con los adelantos mencionados, éstos suelen quedar olvidados, lo que da paso a una discusión. Así mismo, hoy la lucha al interior de la pareja, se centra en el "control del control" (remoto).
Me imagino que el uso del desmaterializador también induciría a abusos: Eventualmente ella podría querer desmaterializarse en reemplazo de argumentar un dolor de cabeza, o sufrir la tentación de desmaterializar a su esposo, a la hora que transmiten el fútbol por la televisión, o simplemente mantenerlo así por períodos prolongados, y sólo revertir la situación para que éste la lleve de paseo, cuide a los niños o vaya a trabajar.
Confiemos en que la tecnología, ya sea insertando un chip en el cerebro o implementando nuevos adelantos caseros, nos hará más tolerantes frente a las diferencias individuales. Si no, todavía nos queda la posibilidad de aumentar nuestra conciencia, mediante la introspección y las técnicas orientales milenarias.

25 diciembre, 2005

CALUROSA NAVIDAD

Encontré trabajo, dijo Luis a su esposa, ella sonriendo preguntó: ¿Haciendo qué?
Haciendo de Santa Claus. Dijo Luis.
Ah, un trabajo de pocos días, dijo ella.
Si, aunque después quedaré contratado de vendedor, con un sueldo superior.
Con esto, ponía fin a seis meses de cesantía.

Allí está Luis sudando dentro de su traje rojo. Los días que preceden a la navidad son de pleno verano, treinta y dos grados a la sombra. La barba postiza es de material sintético, agrega calor y produce picazón en la cara. El sillón en que está sentado también es caluroso. Hay que hacerlo por la familia, piensa Luis. La fila de niños aumenta. Algunos niños gozan al ver a Santa, sonríen para la foto y piden sus regalos.
Los niños más pequeños se asustan, lloran. Algunos pequeñitos huelen a orina a través de un pañal que debió ser cambiado hace rato.
Luis piensa en los Santa Claus del hemisferio norte, los de las películas de navidad de la televisión, esos que deben apreciar sus trajes por el frío invernal, esos que dan un ejemplo de bondad y que finalmente resultan ser el verdadero Santa, porque a su alrededor se produce el “milagro navideño”. Eso le devuelve la fe en lo que está haciendo, sin embargo la sensación de calor lo trae de vuelta al hemisferio sur, a Santiago, y sus treinta y tantos grados.
A la hora de almuerzo, se saca el traje, se pone un short y una camiseta sin mangas y disfruta un sándwich con una gaseosa helada.
La fila de niños va creciendo conforme avanza la tarde. De pronto, un niño de unos siete años, Luis lo mira y tiende a reconocerlo: es Daniel, el hijo del vecino.
Quizás la culpa no es del niño sino de sus padres, que no han sabido criarlo.
Si ellos lo hubiesen castigado la primera vez que el niño golpeó a su gato con una escoba…
Si su padre en lugar de justificar el vidrio roto con la pelota, hubiese repuesto el vidrio y enseñado al niño a jugar en la plaza y no frente a su casa… Talvez si su madre le hubiese enseñado a no pelear con los demás niños, o a respetar a los adultos…Sí, piensa Luis, la culpa no es del niño es de los padres.
Allí está su madre, esperando en la fila con el niño de la mano. Cuántas veces la mujer ha sido grosera con su esposa, amenazando con llamar a la policía porque el volumen de la música está muy alto. Cuántas veces el padre del niño lo ha amenazado a él con golpearlo…
Al llegar el niño donde Santa Claus, se sienta en sus rodillas y sonríe, poniendo cara de niño bueno. Esto aumenta el calor que Luis siente. Luis piensa: Mi deber es tratar al niño como a cualquier otro.
¿Cómo te has portado? Pregunta Santa.
Bien, súper bien, responde el niño.
¿Has sido obediente?
¡Sí! Responde el niño.
¿Has sido bueno con los otros niños?
¡Sí! Responde Daniel.
Luis recuerda que dos días atrás, Daniel golpeó a su hijo y le quitó una pelota.
¿Y con tu pequeño vecino? Pregunta Luis. El niño lo mira, reconoce los ojos de Luis, tira su barba, la desprende y empieza a gritar: ¡Él no es Santa Claus!, es un impostor. Luis se molesta y lo baja de sus rodillas con un sutil empujón. El niño empieza a llorar y a decir entrecortadamente: ¡Me pellizcó, me pellizcó!
Los niños de la fila empiezan a llorar y quieren irse de allí. Los padres y madres comienzan a gritar, a reclamar contra el abusador. La madre de Daniel gesticula, argumentando que Luis es un maltratador de menores.
A los gritos, llega el gerente de la tienda.
Media hora después, Luis está disfrutando de sus short y su camiseta sin mangas, atrás quedó el caluroso traje rojo…
Tuvo suerte, sólo lo despidieron, no lo acusaron ante la policía.
Ya verá como le explica a su esposa el incidente, ella entenderá.
En su interior Luis espera encontrar pronto otro trabajo y que el verdadero Santa Claus se encargue de poner en su lugar a ese niño malcriado.

23 diciembre, 2005

EL VIEJO Y EL AMOR

El viejo tomó la tetera, le puso un poco de agua y prendió la cocina, era una cocina antigua, había sido elegida por su esposa, cuando los niños estaban pequeños. Ahora estaban adultos y la cocina estaba vieja, sólo dos quemadores funcionaban, aunque al anciano le bastaban. Abrió una gaveta y sacó una bolsita de té, la puso en el tazón, le puso dos cucharadas de azúcar y esperó a que la tetera hirviera. Buscó en un cajón, sacó una bolsa de pan añejo, escogió uno y lo puso a calentar sobre una estufa a parafina. Del refrigerador sacó un pote de margarina y se preparó para tomar su desayuno.
Encendió el televisor, estaban transmitiendo un matinal, la animadora sonreía y bromeaba con un par de invitados; el viejo apagó el televisor. Terminó de tomar su desayuno y se vistió, pensó en ducharse, finalmente desechó la idea. Hacía tiempo ya, que después de la ducha le dolían los huesos, especialmente en invierno. Apagó la estufa en el patio, lavó su taza, se puso la bufanda y el abrigo y salió a la calle.
Caminó hasta el paradero lentamente, había olvidado su gorro, pensó en devolverse, no lo hizo porque era tarde. Abordó un bus, al subir recordó que no le había dado de comer al gato. Una jovencita le dio el asiento, eso lo reconfortó.
Al llegar al centro de la ciudad, caminó a paso firme, intentando imprimir energía a su cansado cuerpo. Llegó al edificio donde estaba el Laboratorio, esperó el ascensor, hasta el piso cinco. Una vez en la oficina, hizo la fila. Una voz le anunció: -Señor, esta es la ventanilla para la tercera edad- El viejo miro hacia atrás, como esperando encontrar al destinatario del mensaje. La voz insistió: Señor, usted, acá le atenderemos. Recién se percató que se refería a él. Cambió de ventanilla y entregó el comprobante, la joven que atendía dijo: No ha llegado. Pero…me dijeron que hoy estaría, dijo el viejo. Lo siento, dijo la joven, llame por teléfono mañana.
Pensó en estampar un reclamo, se sintió un poco cansado, no lo hizo.
Salió del edificio, caminó hasta el paradero y esperó el bus de vuelta a su casa.
Mientras esperaba, la vio, aunque anciana, estaba igual de bella.
Habían pasado treinta y seis años desde la última vez, le pareció un milagro. Recordó los bellos momentos que había pasado con ella, la abrupta despedida, la renuncia…
La había conocido en un curso, mirarse y enamorarse fue una sola cosa. Ella era casada, lo que no fue impedimento para establecer una relación de amantes que duró tres años. Al cabo de ese tiempo, cuando las cosas parecían complicarse, sin conversarlo con ella, él dejó de llamar, lo hizo por no exponer a la mujer que amaba a un drama. Sabía que ella nunca dejaría a su esposo y tampoco se lo pidió, quizás por cobardía o talvez por sentirse incapaz de enfrentar una respuesta, independiente si ésta fuera positiva o negativa.
Pasaron los años y aunque nunca se encontraron, el viejo pensó cada día en ella, no se volvió a emparejar, crió a sus hijos, éstos crecieron, hicieron su vida y se fueron.
Ahora estaba allí, tan bella como siempre.
El viejo había esperado durante años este momento, había imaginado mil formas de enfrentarla, mil palabras distintas para decirle que nunca dejó de amarla, que nunca amó a otra después de ella…
Guardaba fotografías, cartas, poemas, pinturas, todo por si un día la encontraba. Nunca había querido buscarla, también por miedo. Había preferido guardar la ilusión de un amor compartido, antes que la certeza del olvido.
Caminó hacia ella lentamente, al acercarse, le pareció que ella lo miraba, creyó ver una sonrisa en su rostro. Hola, dijo tímidamente el viejo.
Ella no contestó.
Hola, repitió más fuerte el viejo. Ella recién lo miró, con cara de sorpresa.
¿Te acuerdas de mí? Dijo el viejo, soy Esteban. Ella no pudo ocultar lo que pasaba por su interior, su cara de desconcierto fue evidente.
¿Esteban qué? Exclamó.
Esteban Valenzuela, dijo el viejo.
Ella movió la cabeza y frunció el seño, en un gesto de esfuerzo por acordarse.
Él insistió: ¡Esteban Valenzuela, Esteban Valenzuela!
Ah, dijo ella, el esposo de la Pepita.
El viejo no conocía, ni había conocido a ninguna Pepita en su vida; la miró con ternura, con el amor de siempre, y evocando el sentimiento que lo había hecho alejarse de ella cuando eran jóvenes, dijo: si, el esposo de la Pepita.
¿Y cómo está ella? Dijo la anciana.
Bien, mintió el viejo.
Déle mis saludos exclamó la anciana. Así lo haré, dijo el viejo.

En ese momento apareció un hombre de edad mediana, tomó a la anciana del brazo diciendo: Mamá, ya está listo el automóvil, vamos. Al ver al viejo, el hombre lo saludó y preguntó: ¿Conoce a mi madre? Si, dijo el viejo, la conocí hace treinta y tantos años, tú eras un niño. La anciana dijo: Hijo, es el esposo de la Pepita.
Mamá, el esposo de la Pepita murió hace años. La anciana esbozó una sonrisa y dijo: Déle mis saludos a la Pepita.
El viejo respondió: En su nombre, mientras contenía unas lágrimas emergentes.
El hijo de la anciana se despidió del viejo diciendo: Disculpe a mi madre, desde el derrame cerebral confunde a las personas.
Madre e hijo se subieron al automóvil y se alejaron.
El viejo se subió a un bus, pagó el pasaje con monedas, miró el boleto que le entregó el conductor, sumó los números que contenía: no era su número de suerte.
Tengo que llegar pronto a casa, pensó, olvidé darle comida al gato.

19 diciembre, 2005

LAS HERMANAS



Abrió la puerta de su casa y vio a Leonor parada allí, sonriendo, con un aire desafiante y amoroso a la vez.
-Hoy cumplo quince años- dijo, y vine a pasarlos contigo.
Mauricio dio un paso atrás, y con un gesto la hizo pasar. Cruzaron algunas palabras, un saludo de cumpleaños y en un momento se estaban besando.
Subieron la escala y llegaron al dormitorio que él compartía con su madre. Dos camas de plaza y media, antiguas, hermosas. Habían sido del matrimonio de sus padres, camas separadas gemelas, de un tiempo anterior a las camas de dos plazas.
Cuando murió su padre, le dejó su cama, y sólo cuando llegó su abuela a vivir con ellos, le cedió su dormitorio, para que tuviera privacidad. Desde ese día, compartía dormitorio con su madre.

La abuela era una mujer de ochenta y cinco años, con las huellas en su rostro de un pasado de hermosura, una mujer sin grandes prejuicios, a la que la vida había castigado con dureza, en lo emocional. Se había casado por la iglesia, había tenido seis hijos, a los años, el esposo la dejó por otra, con la que se casó por el civil, y le dejó todas sus pertenencias. Era una mujer bondadosa. Hoy estaba sorda y casi ciega.

Mauricio había conocido a Leonor en Valparaíso. Allí estudiaba Arquitectura, un día en que paseaba por la costanera, divisó a Javier, un compañero de pensión. Venía acompañado de dos muchachas, al llegar se las presentó: -Hola, mi prometida, Pilar y su hermana Leonor, vinieron a visitarme desde Santiago.

Pasearon, bebieron unas cervezas, y llegada la medianoche, intentaron entrarlas de contrabando a la pensión. Una vez en el dormitorio que compartían, empezaron a conversar en voz baja. Poco a poco fueron subiendo el volumen sin darse cuenta, hasta que llegó el dueño de la pensión enfurecido.
–¿Creen que éste es un hotel parejero?, mierdas…
Las circunstancias los obligaron a amanecerse deambulando por el puerto. En el curso de la noche, Mauricio sintió varias veces la mirada de Pilar, se incomodó por su amigo, y se refugió en la compañía de la hermana menor.
Meses después, ya terminado al año universitario, estando en Santiago, Leonor llamó, avisándole que venía.

Se tendieron en la cama, se besaron apasionadamente, Leonor era una joven muy hermosa y fogosa. La mano de Mauricio buscó el muslo de Leonor, con timidez, pensando en lo joven que era, sin embargo Leonor lo alentó, al bajarle el cierre del pantalón. Había perdido la virginidad un año antes, con un novio.
Hicieron el amor largo rato, él recorrió con su boca el cuerpo de Leonor, ella lo besó, lo acarició y terminó rasguñándole la espaldad de pasión.
En medio de aquello, apareció la abuela diciendo: -¿Está la Nena, mijito?- No Minita, salió, contestó Mauricio. La abuela se fue a su dormitorio. Ellos se levantaron y salieron.
Me viene a buscar mi hermana Pilar, dijo Leonor.

Unos diez minutos después apareció Pilar, venía vestida muy llamativa, una mini falda roja y un peto negro, destacando su hermosa figura. Se saludaron, y Mauricio se ofreció a acompañarlas al paradero de buses.
Caminaron, conversaron y de pronto Pilar dijo: Te invito a una fiesta esta noche, en casa de unos amigos.
Bueno, vamos, dijo Mauricio, ¿vamos Leonor? ¡No! Dijo Pilar, a ella no la dejan, es menor de edad. Mauricio miró a Leonor, quien confirmo el hecho con un gesto.
Fueron a dejar a Leonor a casa y partieron a la fiesta. Allí bailaron, bebieron, conversaron de distintos temas, al llegar al tema de la belleza física y el desnudo, ella dijo:-No tengo el cuerpo de Valeria Maza, pero tengo un cuerpo, al tiempo que sacaba de la billetera una foto en que aparecía de cuerpo entero, desnuda. Mauricio experimentó una gran excitación, puso su mano en el muslo de Pilar y se inclinó para besarla. Pilar respondió el beso, lo tomó de la mano y lo condujo al baño. Allí se besaron, acariciaron, hasta que alguien tocó la puerta, intentando usar el baño.
Esperaron que se fueran los invitados, y con la complicidad de la anfitriona, otra muchacha de dieciocho años, se quedaron en la sala.

A causa de la espera, Mauricio sintió una gran excitación. Pilar preguntó: -¿Hace cuánto no haces el amor?- Mauricio miró su reloj.
Pilar dijo: -No quiero saber-

Hicieron el amor hasta el amanecer en la alfombra.

Al salir, se despidieron con un beso en la mejilla y se separaron.
Mauricio caminó un par de cuadras antes de subirse a un bus que lo llevara a su casa.
Su cabeza daba vueltas, sentía una gran emoción, había sido un momento increíble, aunque tenía la certeza que a las hermanas no las volvería a ver.


18 diciembre, 2005

EL LIMONERO


El hombre tomó el cinturón más grueso, salió al patio y con todas sus fuerzas azotó el árbol. Se trataba de un limonero que no daba limones. Un jardinero que trabajaba ocasionalmente en la casa cortando el césped se lo había sugerido:-Péguele fuerte, demuéstrele enojo, amenácelo con sacarlo, va a ver que muy pronto le da-
Después de golpearlo aparentando ira, lo amenazó.
Pasaron varios días, y una de esas noches, el hombre tuvo un sueño; en él, el limonero aparecía con nueve flores. Al levantarse salió al patio y con asombro comprobó la existencia de flores abriendo. ¡Bien!, dijo, dirigiéndose al limonero. Para sorpresa del hombre, éste le respondió:
- No esperes que de limones-
Repuesto de la sorpresa el hombre preguntó:
¿Por qué lo dices?
Porque la higuera de la casa del lado no me lo permite, respondió el limonero.
¿Cómo así? Preguntó el hombre, si esa higuera es pequeñita.
Se trataba de una higuera que se encontraba detrás de una pequeña pandereta de un metro y medio de alto, plantada a un metro de distancia, poco tiempo antes, por la esposa del vecino.
Porque es hembra y está plantada por la mujer, dijo el limonero.
¿Y que hay con eso? preguntó el hombre.
La voluntad de tu vecina es férrea y la higuera trae esa voluntad, dijo el limonero. Además, cuando crezca me dará sombra y me quitará minerales de la tierra agregó.
¡Pamplinas! Dijo el hombre.
¡No! Dijo el limonero, por lo demás las higueras tienen poderes mágicos, recuerda que florecen en la noche de San Juan.
-Excusas- exclamó el hombre, verás que en un par de días tendrás limones, diciendo esto, entró a la casa.
Una semana después, el limonero había perdido las flores.
El hombre nuevamente lo increpó, amenazó con sacarlo y lo azotó. El limonero esta vez no contestó.
Pasó el tiempo y el limonero seguía igual, daba lindas hojas, a veces una cuantas flores, que duraban unos días y caían.
El hombre se resignó, se olvidó, perdió el interés.
Un año después, el hombre se acercó al limonero, se veía dañado, apestado. En cambio la higuera era un gran árbol, sus ramas invadían el espacio aéreo del limonero, los higos caían en su patio, al hombre le fue indiferente, no le gustaba comer higos, y cuando necesitaba limones, compraba.
Tiempo después, decidió sacar el limonero. No le costó, estaba seco y sus pequeñas raíces, se soltaron con facilidad.
Las ramas de la higuera, que se convirtió en un gran árbol, invadían el patio del hombre, le daban sombra y los higos seguían cayendo. Se acostumbró a convivir con la higuera, cada cierto tiempo podaba las ramas que daban a su patio, y cada noche de San Juan, salía a verla florecer. Nunca lo logró, para él no fue mágica.

Unos años después, cuando murió su querido gato, lo enterró en el lugar del limonero, con sus manos empezó a cavar, la tierra se abría al contacto de sus dedos. Algunas lágrimas aparecieros en sus ojos, quizás por la cercanía que tenía con el animal o talvez por el dolor que le producían las heridas que iban apareciendo en el borde de sus uñas. Puso unas piedras señalando el lugar.
Allí cada cierto tiempo, brota una flor silvestre.

14 diciembre, 2005

MEDIANOCHE ( con colaboración de Andy)

Arturo cerró la puerta de su casa, le puso doble llave y empezó su paseo nocturno. Mientras se alejaba pensó en lo inútil de poner doble llave, _si con una basta _ se dijo, lo único que logro, es demorarme más al abrir.
Su reloj marcaba las once cuarenta y cinco. Torció por Avenida Irarrázabal, en dirección al oriente. No se veía movimiento, los pocos automóviles que circulaban, lo hacían tan rápido, que no se alcanzaba a distinguir su conductor. A la distancia divisó un bus, blanco, grande, casi vacío. Lo miró con indiferencia, trató de imaginar la realidad de esas vidas, esas escasas almas que aletargadamente se dirigían a inciertos destinos. Cruzó la avenida Pedro de Valdivia, los pequeños kioscos callejeros estaban cerrados, grandes candados eran una paradoja del movimiento mañanero, las cortinas metálicas estaban rayadas con símbolos casi ilegibles para él, conteniendo los nombres de anónimos líderes de la calle adolescente.
Sacó un cigarrillo. Sabía que no tenía fuego, que tendría que comprar fósforos o un encendedor desechable. Recordó una botillería en el sector, le parecía que estaba al llegar a José Pedro Alessandri, eran las once con cincuenta y dos minutos.
La noche por fin se enfriaba, la tarde había sido de las más calurosas de la temporada veraniega, recordó la casa de su amigo Roberto, tan fría en verano, con aire acondicionado, seguro debía estar reunido con su familia a esa hora. Llegó a la botillería, compró una cerveza en lata y un encendedor, encendió el cigarrillo y siguió caminando hacia la Plaza Ñuñoa.
Al llegar a la Plaza, pudo ver el escaso movimiento, aspiró profundo la última fumada, lanzó la colilla y abrió la lata de cerveza. Tuvo que ladearla para que no se rebalsara la espuma, bebió un sorbo largo, la sintió tibia, se resignó y siguió caminando.
Recordó otros días en que la Plaza Ñuñoa estaba llena de gente, comiendo y bebiendo en los distintos locales, abiertos hasta altas horas de la noche. Quizás más tarde la gente se volcaría a las calles.
Al llegar a Brown Norte, un reloj lejano indicó las doce de la noche, escuchó sirenas, gritos lejanos, algarabía al interior de las casas del sector…
Pensó en ella, también estaría con su familia, abrazándose y riendo con su esposo y sus bellos hijos, esbozó una sonrisa de ternura, y encendió otro cigarrillo…

Irene y su esposo habían discutido durante la mañana, y él, como tantas otras veces, había dejado de hablarle. Era la típica rutina en la que caían luego de una discusión; días de incomunicación y lejanía.
Aquella tarde se juntaron en casa de sus amigos e Irene no pudo disfrutar ningún minuto, sentía pena y rabia al mismo tiempo. Escuchaba las conversaciones como un lejano susurro sin poder prestar atención.
Al llegar a casa, acostaron a los niños temprano y sin cruzar palabra cerraron las ventanas, pusieron la alarma y apagaron la luz.
Irene cambiaba de posición una y otra vez, buscando una posición para conciliar el sueño.
Faltando un cuarto para las doce, se levantó, sacó la alarma, se sentó en un bowindow, abrió la ventana y sintió la brisa cálida de la noche de verano. Miró las estrellas entre las hojas del Tilo, brillaban como nunca.
Pensó, cuántos estarán en la misma situación; sintiéndose solos a pesar de estar rodeados de gente.
Recordó a Arturo, debía estar con sus hijos haciendo un brindis. No podía contener las lágrimas, caían hasta sus muslos y mojaban sus pies desnudos. Escuchaba la respiración de su marido, rítmica y profunda. Un reloj anunciaba las doce...


Se devolvió por la calle Dublé Almeyda, unos perros callejeros ladraban, apuró el paso, en unos cuantos minutos estaría en su casa.
Recordó que sus hijos no volverían hasta la madrugada, al llegar bebió un vaso de leche tibia y se acostó.
Ya mañana tendría tiempo de ver en las noticias, como el planeta había recibido el año nuevo.

10 diciembre, 2005

LA CÁMARA FOTOGRÁFICA

Andaba probando mi nueva cámara fotográfica, Kónica Minolta-Dimage A-200, en el centro de la ciudad, haciendo gala de mi buen gusto y profundos conocimientos en la materia. La había comprado el día anterior, a crédito y aún no empiezo a pagarla. No tengo un contrato como fotógrafo y sólo trabajo a honorarios y por pedido, con un par de revistas quincenales y algunas agencias de publicidad que aprecian mi trabajo (el año pasado obtuve la segunda mención honrosa en el principal concurso de fotografía artística del Municipio.)
Cada día es más difícil el trabajo de fotógrafo, todo el mundo tiene cámara digital, aunque sea en el teléfono móvil y cada día menos gente aprecia una buena fotografía.
Mi flamante Kónica no sólo es digital sino permite disparar una secuencia de cien fotos por minuto, lo que favorece la posibilidad de captar el momento justo para inmortalizarlo. Además permite almacenar más que ninguna, antes de vaciar al procesador, por supuesto permite ver la fotografía en pantalla.
Como estaba diciendo, probaba mi nueva cámara en el centro de la ciudad, cuando en un paradero de buses, me encuentro a un conocido animador de televisión, de programas de farándula, intentando conseguir un taxi. Por curiosidad apunté mi cámara en el momento justo cuando un perro callejero se acercó a su pie, levantó una pata y sutilmente le orinó el pantalón. En ese momento el animador de tv, muy enojado lanzó un puntapié al perro, éste aulló, retrocedió y luego con furia volvió a la carga, el animador lo recibió con otro puntapié, nuevamente en pleno hocico. Al verse superado, el animal se alejó unos metros y continuó ladrando.
En el intertanto, mi Kónica había disparado veintisiete veces, inmortalizando la escena completa. Pasada la conmoción, el animador se enteró de mi presencia y me exigió le entregara el rollo fotográfico. Yo orgulloso reí, diciendo: -Perdón, esta es una Kónica Minolta-Dimage A-200, digital-
-Borra las fotos que tomaste, inquirió.
-Lo siento, dije, es mi trabajo.
En ese momento, lanzando una sarta de improperios, se abalanzó sobre mí, intentando arrebatarme la cámara. Al instante reaccioné y lo que allí se produjo fue una riña callejera, que pronto contó con una ronda de entusiastas espectadores, que se inclinaban por uno u otro. La mayoría estaba de mi parte, la gente se inclina por el más débil. Débil en lo que a poder se refiere, porque en el forcejeo yo llevaba las de ganar.
De pronto una voz severa irrumpió en la escena: ¡Sepárense¡ Era un par de policías que en ese momento hacían su ronda en el sector. Cuando estuvimos un poco más calmados, el animador de televisión relató lo sucedido, argumentando algo así como “su vida privada”. Uno de los policías me pidió el rollo fotográfico. Con una sonrisa irónica le contesté que se trataba de una Kónica Minolta-Dimage A-200 digital. Creo que el policía se sintió maltratado en su ignorancia, de modo que reaccionó diciendo: -Vamos a la estación-
Llegamos a la Estación de policía, nos tomaron los datos, a esta altura yo apretaba aún mi cámara como si fuera la prueba de la existencia de vida extraterrestre. El oficial de turno me exigió le entregara el rollo fotográfico, le comenté, esta vez amablemente que la cámara era digital. Me instó a borrar las fotos, le expliqué que las fotos significaban mucho para mí. El oficial dijo que el asunto lo superaba, que debía pasar al juzgado de policía local y que la cámara quedaría retenida.
Yo no estaba dispuesto a perder tan magníficas fotos y pensando que estaba en mi derecho al tomar fotografías en la vía pública, la entregué.
Ha pasado más de un mes y todavía no se lleva a cabo la audiencia. Según supe, el canal de televisión puso un equipo de abogados a disposición del animador.
A decir verdad, creo que ya perdí las fotos, perdí también la ilusión de que el juez me de la razón, si es que las fotos no las ha borrado alguna “mano negra” en el juzgado.
He perdido varios trabajos por falta de una cámara de calidad, mi esposa dice que soy un estúpido, mi hija, adolescente, admiradora del animador, no me habla.

A esta altura, estoy pensando seriamente que el “meado de perro” soy yo.

09 diciembre, 2005

SOBRECARGO

Llevo varios años trabajando en una prestigiosa línea aérea, lejos de lo que es mi profesión, lo que estudié en la universidad, porque alcancé a trabajar muy poco de arquitecto. Aunque me gradué con honores en una prestigiosa universidad tradicional, no encontré un trabajo que me hiciera sentir realizado respecto a mis sueños juveniles. Eso me recuerda a una amiga que estudió unos años de Biología marina, pensando que podría ser como Jacques Cousteuad y tener su propio Calipso. Al contrario que mi amiga, que se cambió a Psicología, yo terminé la carrera y poco tiempo después me dediqué a volar.
La línea aérea en que me desempeño, es norteamericana y el contrato que tengo con ellos es para mí más que conveniente.
Sin embargo lo que me mantiene trabajando de sobrecargo es el estilo de vida que llevo: voy a Miami, paso un par de días allá, aprovecho de pasear, salgo en mi bicicleta, voy al gimnasio y vuelvo a Santiago, estoy un par de días con mi pareja, visito a mi familia y me preparo para volver a Miami. Pienso que si alguna vez contraigo matrimonio podría cambiar mi estilo de vida, por ahora no está en mis planes.
Volar tiene sus momentos entretenidos, una semanas atrás, en primera clase, viajaba una anciana que por su apariencia parecía de escasos recursos (me imagino le habían mandado el pasaje), al acercarme, le ofrecí la merienda: Buenas tardes, ¿qué se sirve? ¿Salmón o Caviar? La anciana contestó: Caviar.- ¿Con qué se lo acompaño? Pregunté, La anciana miró la bandeja y me dijo: -déme de todo, menos esas pelotitas negras-.
En otra ocasión, frente al mesón de embarque, una mujer alegaba a gritos que era una injusticia. Acabo de pagar mil quinientos dólares en el Duty free, en salón de belleza, decía. Me acerqué a preguntarle cuál era el problema, la señora me explicó que recién la habían peinado y que la señorita del mesón insistía en darle un asiento junto a la ventana, sin importarle el daño que el viento haría en su peinado.
En otra ocasión subió una mujer con tres niños, cuyas edades fluctuaban entre los dos y los cinco años. Al parecer eran centroamericanos (muchos de ellos viajan con sus hijos muy arregladitos, adornados con cintas de colores en las muñecas, tobillos y cintura. Junto a ella, llevaba una caja, también adornada, que por la cantidad de cintas de colores, a simple vista parecía un regalo. Al pasar otro sobrecargo, tomó la caja y la puso en el portamaletas diciendo: Durante el despegue esto debe ir arriba señora. Cuando ya estábamos en vuelo, la señora me preguntó: ahora que ya despegamos, ¿puede bajar a mi bebé de allí?.

Así, son muchas las anécdotas en mi trabajo, es cierto que no voy a trascender ni me voy a realizar siendo sobrecargo, atrás quedaron mis fantasías juveniles de ser el nuevo Le Corbusier, sin embargo algo tengo claro, no me voy a morir de hambre ni de aburrimiento.

04 diciembre, 2005

CONMOCIÓN


Hace unos días bajaba en mi taxi por la calle Apoquindo, conmovido, sorprendido, no logro precisar bien el sentimiento, cuando me hizo parar una mujer de unos treinta y tantos años, alta rubia, atractiva.
Antes de seguir, me gustaría referirme a lo que provocó mi conmoción. Un rato antes, un jovencito me había parado, solicitando mis servicios en dirección a la parte alta de la ciudad, El Arrayán. Al parecer llevaba las compras anticipadas de navidad, una enorme bolsa que depositó en el maletero del automóvil. Al llegar a su casa (ocupaba una manzana entera) me pidió que entrara hasta ella, para caminar menos con la bolsa. Una vez allí, le ayudé a llevarla hasta el interior de la vivienda. La entrada de autos era de adoquines, tenía unos cincuenta metros de largo por cuatro de ancho, bordeada por hermosos árboles, terminaba en una gran rotonda de pasto con un par de palmeras en el centro. En el estacionamiento de automóviles, dos modernos Jaguar, impecables. Que hermosos automóviles, dije, el muchacho contestó: -son de mi padre- No salió hoy, pregunté, si, dijo el muchacho, ocupó otro Jaguar que le gusta más.
Ingresamos a la casa por la cocina, calculo, del tamaño del living-comedor de mi casa, luego llegamos a su dormitorio, que prefiero no describir, sin embargo puedo decir que era el sueño de cualquier adolescente. Allí me percaté que la música era la misma en todas las dependencias de la casa. Música ambiental, dijo el muchacho. Luego lo acompañé al exterior, detrás de la casa, prados, jardines, tres terrazas independientes y una hermosa y amplia piscina, al acercarme pude ver que los pequeños parlantes que rodeaban la piscina, en un principio me parecieron botes de basura, eran de marca “Bosé”. En un momento me asusté con un ruido sobre mi cabeza, el joven dijo: no se preocupe, es sólo uno de los pavos reales de la casa. Al mirar hacia el fondo de la propiedad vi tres casas más pequeñas que la principal; el muchacho explicó que una era de su hermano mayor, otra, un museo de su padre y la tercera, una bodega.

Por eso decía, que cuando la hermosa mujer me hizo parar, todavía estaba conmocionado y sorprendido.
Al preguntarle donde la llevaba, me llamaron la atención sus bellos muslos. Al responder: al centro, pude notar su marcado acento extranjero. Busqué entablar conversación, para volverme a mirar una vez más sus muslos, me pareció que su falda estaba un poco más arriba.
Mientras ella me respondía que trabajaba de agregada cultural en la embajada de su país, pude percibir su buen español, a pesar de su origen escandinavo. En un momento me preguntó derechamente: Te gustan mis piernas, yo turbado, contesté que si. Qué quisieras dijo. Me encantaría tener sexo contigo, dije. Vamos, llévame, dijo ella, llevo seis meses sola en Chile y no he tenido ninguna invitación, los chilenos no son directos, eres el primero que lo es, agregó.
Fuimos, lo pasamos muy bien y nos despedimos cordialmente, por supuesto, no le cobré la carrera.
De vuelta pensé en las diferencias entre los europeos y los chilenos, aunque lo que más sorprendido me tiene, son las enormes diferencias entre los propios chilenos.