BIENVENIDO AL MUNDO DE LOS SUEёOS, DE LAS HISTORIAS QUE NACEN DE LA VIDA COTIDIANA, LA SOLEDAD Y LA FANTASÍA

31 enero, 2007

LOS CONDENADOS

De la tradición oral de los Uros

Cuando el Lago Titi-caca se secó, hace varias generaciones, al ver la tragedia, que permitía caminar de una isla de totora a la otra, los hombres y mujeres jóvenes, tomaron sus embarcaciones, y enfilaron rumbo a sectores más profundos. En sus casas dejaron a los niños, al cuidado de la anciana, a la que todos llamaban Mamá grande.
Las primeras noches no ocurrió nada extraordinario, fue sólo a la tercera noche que llegaron los extranjeros. Llegaron con regalos: cestas de fruta seca, carne salada, panes y granos. A esa altura, los alimentos empezaban a escasear, al punto que la anciana los racionaba, privándose de comer en beneficio de los niños.
¡Hola! Gritaban los visitantes, abran la puerta, decían, mientras depositaban las cestas frente a la choza.
La anciana caminó unos pasos y al llegar a la puerta tuvo un presentimiento. Recordó una leyenda, una antigua superstición que contaba su abuela, en la que atribuía poderes sobrenaturales a ciertos personajes de tierra, cuya costumbre consistía en atacar a la gente del lago para succionar su sangre y nutrirse de ésta. También la leyenda hablaba del gusto de estos seres por la carne de los niños, humana y tierna. La anciana sintió un temblor interior, el terror se apoderó de ella y la inmovilizó. Se alejó de la puerta y juntó a los niños, les repartió la última ración de pan y pescado seco, y se sentó en círculo con ellos, los acompañó a comer y luego se tomaron de las manos, posición en la que se quedaron en silencio, intentando dar la impresión de que aquella morada estaba vacía.
Durante la noche los visitantes insistieron, golpearon la puerta, llamaron a viva voz, ofrecieron la comida que traían, dándose por vencidos sólo al empezar a despuntar el día, y antes de la salida del sol se marcharon.
La anciana permaneció inmóvil protegiendo a los niños, allí, entre la totora, en círculo se durmieron.
Así se mantuvieron hasta el mediodía, y sólo abrieron la puerta cuando comprobaron que llegaban algunos hombres, padres de los niños, con provisiones conseguidas en el otro extremo del lago, hacia el lado de Bolivia.

Entonces, la sorpresa y el horror se apoderaron de todos los presentes, especialmente de la anciana, al comprobar que las cestas, dejadas allí por los extraños, no contenían alimentos sino trozos de cuerpos humanos, dedos, narices y orejas. La intuición de la anciana había salvado la descendencia del pueblo del lago.